
Somos débiles y las promesas de un par de días de hula desenfrenado, fueron más que suficientes para romper con nuestras acostumbradas migraciones hacia el sur y plantarnos en Benidorm.
No visitaba el lugar desde hace varios años. Lamentable error por mi parte, que será subsanado en el futuro.
Y es que Benidorm ofrece todo lo que el turista exigente y con criterio puede pedir a su destino vacacional. A saber, neones espectaculares, bebida y comida barata, abundantes impersonators de Elvis y sobre todo enormes dosis de exotismo Pop.
Durante los meses de verano debe tratarse de un lugar infernal, pero mediado el otoño, con pensionistas británicos como única competencia a la hora de reclamar la atención de un camarero, resulta un auténtico paraíso en la tierra.
Pero dejaremos de lado las sesiones de hula, Elvis y las excelencias gastronómicas levantinas para centrarnos en cuestiones realmente transcendentes como el importante lugar que ocupa Benidorm y su vecindad en la historia del arte falso-exótico universal.
La dimensión Tiki de Benidorm es internacionalmente conocida y apreciada desde hace años. Avezados exploradores extranjeros como Trader Woody ya visitaron y documentaron muchos lugares de la zona para asombro del mundo.
James Teitelbaum en su “Tiki Road Trip”, atlas universal sobre la materia, también le dedica buen espacio a varias localizaciones Tiki de la zona.
Así que a ellos me remito y solo comentar a modo de actualización que lamentablemente la mayoría de estos lugares se ha degradado terriblemente perdiendo cualquier posible interés.
Conserva aún cierto lustre exótico el bar karaoke Maitai con su ambiente familiar/volcánico y su colección de vasijas clásicas, aunque nunca fue estrictamente un Tiki Bar.
Pero lo anterior no significa que esté todo dicho sobre Benidorm como epicentro de actividad exótica.
La ciudad todavía oculta muchos otros tesoros.
Merece sin duda una visita el hotel Don Pancho.
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