Existen aún otros lugares en Madrid que albergan secretos Tiki, pero por momento no pueden ser revelados.
Este museo se encuentra apartado de las tradicionales rutas turísticas madrileñas y es casi totalmente ignorado tanto por visitantes como por locales.
De hecho, ha estado cerrado durante muchos años y no ha parecido preocuparle a nadie. Ni siquiera a los cientos de universitarios que pasan cada día por su puerta.
Personalmente es mi museo favorito.
Pocos lugares mejores hay en Madrid para pasar una mañanita de domingo.
Por una parte, me encanta su situación. Aunque está en una zona céntrica, muy bien comunicada y de denso tráfico al mismo tiempo se encuentra aislado de este entorno y a su alrededor se respira una tranquilidad realmente difícil de encontrar en toda la ciudad.
Por otra, su colección, sin ser espectacular, sí que tiene suficiente entidad para justificar unas cuantas visitas para cualquier aficionado al arte primitivo y como valor añadido cada jueves pueden degustarse en su cafetería fantásticos platos de toda América por un precio más que razonable. Si además sirvieran daikiris o caipiriñas pediría asilo allí.
A estas alturas probablemente alguien ya se esté preguntando que pintan objetos provenientes de la Polinesia en un museo dedicado a los pueblos de América. Bueno, el propio museo tampoco lo tiene claro y para justificar su exhibición, pero separándolo de la colección ha recurrido un truquito que ya nos sabíamos, y los ha recluido en una sala que presuntamente reproduce un gabinete de un antropólogo del siglo XVIII.
Nada que objetar al planteamiento, pero a la forma de llevarlo a cabo es bastante discutible. Imagino que por aquello de darle verismo al decorado, varias piezas se exhiben detrás de gruesos cristales deformantes (entre ellas el Tiki) y no se incluye ningún tipo de información sobre las mismas.
En cuanto a lo que nos podemos encontrar, poco pero pintón. Cascos y capas de plumas hawaianos, las consabidas armas y herramienta y sobre todo el único Tiki hasta ahora he visto en exhibición en Madrid.
Este museo se encuentra apartado de las tradicionales rutas turísticas madrileñas y es casi totalmente ignorado tanto por visitantes como por locales.
De hecho, ha estado cerrado durante muchos años y no ha parecido preocuparle a nadie. Ni siquiera a los cientos de universitarios que pasan cada día por su puerta.
Personalmente es mi museo favorito.
Pocos lugares mejores hay en Madrid para pasar una mañanita de domingo.
Por una parte, me encanta su situación. Aunque está en una zona céntrica, muy bien comunicada y de denso tráfico al mismo tiempo se encuentra aislado de este entorno y a su alrededor se respira una tranquilidad realmente difícil de encontrar en toda la ciudad.
Por otra, su colección, sin ser espectacular, sí que tiene suficiente entidad para justificar unas cuantas visitas para cualquier aficionado al arte primitivo y como valor añadido cada jueves pueden degustarse en su cafetería fantásticos platos de toda América por un precio más que razonable. Si además sirvieran daikiris o caipiriñas pediría asilo allí.
A estas alturas probablemente alguien ya se esté preguntando que pintan objetos provenientes de la Polinesia en un museo dedicado a los pueblos de América. Bueno, el propio museo tampoco lo tiene claro y para justificar su exhibición, pero separándolo de la colección ha recurrido un truquito que ya nos sabíamos, y los ha recluido en una sala que presuntamente reproduce un gabinete de un antropólogo del siglo XVIII.
Nada que objetar al planteamiento, pero a la forma de llevarlo a cabo es bastante discutible. Imagino que por aquello de darle verismo al decorado, varias piezas se exhiben detrás de gruesos cristales deformantes (entre ellas el Tiki) y no se incluye ningún tipo de información sobre las mismas.
En cuanto a lo que nos podemos encontrar, poco pero pintón. Cascos y capas de plumas hawaianos, las consabidas armas y herramienta y sobre todo el único Tiki hasta ahora he visto en exhibición en Madrid.
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